“Todo lo que ganaba comencé a gastarlo en cosas que no tenían un verdadero sentido y de a poco, me convertí en una compradora compulsiva. Comencé a endeudarme. Tenía una angustia muy grande, sufría de ataques de pánico, sin sueños, sin ver un futuro.”
Solange Raspa
Desde muy chiquita vivía con miedos, dormía con la luz prendida del baño, tenía pesadillas y veía monstruos. Era irme a dormir todas las noches y saber que iba a tener alguna pesadilla.
En ese entonces mi abuela y mi mamá, ya asistían a la iglesia. Un día mi mamá me mira y me dice: “¿Sol, por qué no probas con Jesús? Decile que, si existe, se lleve todo eso de tu vida”. Y esa noche, antes de irme a dormir, le hice esa pregunta a Jesús.
Fue la primera vez, que dormí en paz, sin pesadillas y así todas las noches que siguieron. Ese fue mi primer encuentro con Jesús, teniendo trece años.
En el camino me fui alejando, me metí en lugares oscuros, pero siempre había una voz que me decía: ¿Sol vos querés esto para tu vida?”. De esa manera me fue guardando y de a poco me saco de la noche, las fiestas, drogas, de las personas que me hacían mal y de relaciones que me dañaban.
A pesar de saber que Jesús tenía algo diferente para mí, siempre intentaba llenar los vacíos que tenía con cosas que me afectaban.
A mis 24 años comencé a tomar pastillas para adelgazar, ya que no me aceptaba, no aceptaba mi cuerpo.
A los 30 años, conseguí un buen trabajo, pero todo lo que ganaba, comencé a gastarlo en cosas que no tenían un verdadero sentido y de a poco, me convertí en una compradora compulsiva. Comencé a endeudarme.
En medio de toda esta situación, llego a la iglesia.
Lloraba todo el tiempo, tenía una angustia muy grande, sufría de ataques de pánico, sin sueños, sin ver un futuro.
Esa angustia, también, tenía que ver con el hecho de que estuve mucho tiempo en una relación que fue una mentira, esa persona tenía una doble vida.
Hasta que un día me entero que estaba embarazada.
Mi mundo se paralizó, no podía con mi vida, ¿cómo iba a hacer con un bebe? Sumado a esto, el miedo por las pastillas que yo venía tomando.
Un día la Pastora Veronica Banegas me dijo: “Sol, no podes llorar más así. Jesús te ama, te quiere ver alegre” y ahí supe que ERA DIOS QUIEN ME HABLABA.
A partir de ese momento empecé a buscar a Dios. Acepte Su amor, comencé a verme con sus ojos.
A los meses nació Fausto, sano, sin ninguna secuela, no tengo dudas que Jesús tiene un propósito con él y con mi vida.
Jesús me hizo libre de las deudas, de las pastillas, de mis temores, de mis angustias.
Hoy puedo disfrutar de mi trabajo, de mi hijo y de la vida que tengo al lado de Jesús.
Él me transformo y me enseño a no solo mirar mi situación, sino ver por y para el otro.