ALGO ESTABA PASANDO DENTRO MÍO, TUVE ESPERANZA.

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¿Era la escasez, la pobreza, la falta de oportunidades que lo llevaban a calmar el dolor y la bronca con la droga?, ¿qué hacer?. Entonces era el Dios de los evangélicos, mi la última puerta donde golpear.

Graciela Lasquera

A comienzo del 2003, más precisamente en febrero, mi cuñado me invita a una iglesia evangélica a la que él asistía. Con muchos prejuicios acepto, es que muchas veces me habían querido hablar y yo les escapaba, pero en medio de la realidad que estaba viviendo en ese momento, era eso o la muerte. 

Había buscado en los curanderos, el espiritismo y la adivinación un poco de alivio a todo lo que me pasaba, incluso la muerte misma ya tantas veces me había tentado por que era mucho mejor que esta vida. Entonces me animé a probar con el Dios de los evangélicos.

Sumida en una profunda depresión, un matrimonio casi terminado, sin trabajo (solo con changas de vez en cuando) y tres hijos adolescentes quienes solo habían conocido la escasez y la pobreza. Con mucho esfuerzo terminaron la primaria e iban a la secundaria caminando quince cuadras de ida y vuelta, almorzando bocadillos de papas y merendando mate cocido con pan, que muchas veces era también la cena.  Cada tanto un poco de fruta que nos daba la verdulera, muchas veces “la picadita”, es decir, la que no podía vender. Cuando el abuelo cobraba la jubilación, se comía un pollito con papas al horno en la cocina con garrafa. Hasta ahí me decía a mí misma que era lo que muchos vivían, que tenía un techo, aunque si llovía dentro, algún día lo arreglaría. Pobres pero limpios.

Unos meses antes me entero que mi hijo, el del medio de 18 años, se estaba drogando. La culpa me invadió el alma. ¿Era la escasez, la pobreza, la falta de oportunidades que lo llevaban a calmar el dolor y la bronca con la droga?, ¿Qué hacer?. Entonces era el Dios de los evangélicos, ese del que mi cuñado me hablaba,  mi la última puerta donde golpear.

Ese sábado asistí por primera vez, llore toda la reunión. Me hicieron repetir unas palabras, solo recuerdo estas: “Señor Jesús, te entrego mi vida”. Listo, a casa, todo estaba igual, pero al día siguiente vi por mi ventana el sol que entraba todos los días y escuche cantar los pájaros en el terreno de al lado que cantaban todos los días, como nunca los había escuchado. 

Algo estaba pasando dentro mío, no estaba enojada, ni triste y me decía “las cosas pueden ser mejor, pueden cambiar”. TUVE ESPERANZA. 

Deje de pensar en morirme, en maldecir el día en que nací, deje de preguntarme porque mis viejos no me quisieron y me abandonaron, no me culpe más por haberme quedado embarazada a los dieciséis años y con un hijo postergar mi sueño de ser abogada. 

Algo o alguien estaba haciendo que yo tuviera paz.

Fui un tiempo esa iglesia, me bautice pero algo dentro mío no me cerraba. 

En el año 2007 en el polideportivo de Lanús, el CCNV hizo una campaña de la cual, me entero por la radio. Me acerqué y lo primero que llamó mi atención, es ver a las mujeres vestidas con pantalón, sus pelos teñidos y maquilladas. Las cuales me recibieron con un gran abrazo, me preguntaron mi nombre y me acompañaron a sentarme.

Salí de allí con una canción en mi corazón: “El es Jesús quien murió en la cruz”, “Las montañas por la Fe se moverán por su poder”. 

Ese día, supe que ese Jesús era el que hacía tres años antes, le había dicho: “SEÑOR JESUS TE ENTREGO MI VIDA”.

Hoy veintiún años después, Jesús cambio mi realidad. 

Fueron años de batallas, lágrimas, temores, noticias que me hicieron temblar las rodillas y caídas donde siempre estuvo su mano para levantarme. 

Hoy puedo disfrutar de ver a mi hijo libre de las drogas, con su hija y compañera, un trabajo y muchos sueños. Mi esposo con un trabajo estable, comenzó como barrendero y hoy es administrador de una unidad sanitaria. Mis otros hijos con trabajo y familia. 

Pude jubilarme por milagro y cumplir el sueño de estudiar.

Yo, con las manos en el arado siempre, no hubo situación que me hiciera dejar lo que Dios me dio para hacer. Llevando las buenas nuevas a aquellos que no le conocen. 

Feliz de vivir la vida con Jesús, agradecida por todo lo que hizo, hace y hará. 

Nunca me olvido de donde me sacó y recordando cada milagro cuando la cosa se complica… Sé que soy muy importante y amada por Él.

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