Una estela es esa huella que un barco deja en el mar, marcando su rumbo.
Nosotros dejamos nuestra huella en la vida de quienes nos rodean.
Algunas son tan profundas y largas, que con solo mencionar su nombre, produce en nosotros un vendaval de sensaciones y reflexiones.
Decir “Estela”, en Argentina, sabe a paz, esperanza, lucha, confianza, constancia, justicia y amor.
Tan fuerte es la fragancia de esta Estela, que evaporó del inconsciente colectivo aquella otra, pestilente y desagradable, que con su voz chillona de acento ajeno y decir extranjero, avaló la desaparición de las Lauras y los Guidos, con la implacable orden de exterminio.
Tanto amor derramado borra todo rencor, sana la tierra y genera bendición.
Grabadas quedaron sus palabras en mi alma aquel día en que la conocí: “cada noche, cuando acaba el día, uno necesita esa Palabra de amor y aliento… cuando me quedo sola y pienso en Guido, necesito esa contención en esperanza”.
Mi hija y su esposo, hoy padres de mi nieta Emma, estaban allí conmigo, junto al recuerdo de Juan Carlos, tío de mi yerno, mi hermano desconocido, compañero de Laura en su destino.
Nos unimos en un abrazo de amor, bañado por una oración restauradora, húmeda de sentimientos compartidos. Lágrimas que al caer salan la tierra sanándola de los destrozos de las injusticias.
Pasó el tiempo y volvimos a encontrarnos frente a una muchedumbre que la arropó en nuestra Iglesia. Aquel afecto espontáneo y colectivo la provocó para mostrar su alma
–tortuoso es vivir permanentemente reabriendo heridas–, contar sus tristezas y anhelos de vivir para abrazar a Guido, a quien no se cansaba de llamar, cada día, cada tarde y cada noche por más de tres décadas y medio.
Una vez más, la estreché con amor, queriendo darle lo que no podía, encomendando el futuro en las manos de Aquel que en su justicia todo restituiría.
Nos abrazamos entre lágrimas y al oído le dije en fe y esperanza: “tranquila, va a aparecer…”. Su voz simple y clara respondió susurrando al mío: “¡Sabés como te lo traigo el día que aparezca!”.
Hoy, su alegría es la de decenas de millones que anhelábamos este reencuentro.
El mejor gol de la selección, que sigue jugando el partido eterno –como el del cuento de Osvaldo Soriano– que empezó hace “10 mundiales” y que ansía gritar las cientos de victorias restantes… que aún motivan nuestro esfuerzo.
Algo bueno está pasando en nuestra aldea: muchos se alegran por el bien de los justos.
El clamor moviliza la misericordia, y cuando esta supera a la paciencia, desencadena juicios que no se tramitan en ningún corruptible tribunal.
Ayer por la noche, dormí sereno, feliz y más liviano, recordando la historia de José (1).
Esta mañana, desperté y leí las palabras del primer capítulo de Isaías, donde compara a gobernantes y pueblo con los mandatarios y la gente de Sodoma y Gomorra… y no precisamente por los desmanes sexuales con los que fueron caracterizados históricamente por los beatos.
La indiferencia y el sadismo reprochados por el profeta trajeron a mi memoria los religiosos oídos de hierro que desoyeron la siempre respetuosa voz de Estela…
Aquellos que tanto saben, todavía pueden confesar y liberar la redención.
Hastiado de tantos ritos místicos, Dios les advierte a los religiosos, que en su cansancio no los escucha toda vez que rezan, llamándolos con claridad al verdadero arrepentimiento que es la restitución:
Ustedes oran mucho, y al orar levantan las manos, pero yo no los veo ni los escucho.
¡Han matado a tanta gente que las manos que levantan están manchadas de sangre!
¡Dejen ya de pecar!
¡No quiero ver su maldad!
¡Dejen ya de hacer lo malo y aprendan a hacer lo bueno!
Ayuden al maltratado, traten con justicia al huérfano y defiendan a la viuda.
Vengan ya, vamos a discutir en serio, a ver si nos ponemos de acuerdo.
Si ustedes me obedecen, yo los perdonaré.
Sus pecados los han manchado como con tinta roja; pero yo los limpiaré. ¡Los dejaré blancos como la nieve!
Entonces comerán de lo mejor de la tierra; pero si siguen siendo rebeldes, morirán en el campo de batalla. Les juro que así será.
Isaías 1.10-20 (TLA)
BENDECIDA ESTELA
BIENVENIDO GUIDO, te queremos conocer…
Por Guillermo Prein
(1) José hijo mayor de Raquel y Jacob, el más amado de su padre, “el patriarca” quien le otorgó la primogenitura por ser el primer hijo de la mujer amada, aquella por quien trabajó 14 años gratis.
Los celos y la envidia de sus hermanos, hijos de su tía, mujer impuesta al patriarca, los llevaron a golpearlo, herirlo, confinarlo a una cisterna y venderlo a unos mercaderes. Sus ropas manchadas con sangre le fueron entregadas a su padre junto al relato de la muerte de José quien supuestamente había sido “atacado por una bestia”. Tras sus peripecias en Egipto, lugar de su destino, llegó a fuerza de revelaciones a ser el segundo hombre en autoridad detrás del Faraón. Desarrolló un plan económico brillante durante los siete años de vacas gordas y los siete de vacas flacas, que llevaron a Egipto a transformarse en el primer gran imperio de la historia de la humanidad.
Por la hambruna, su padre y sus hermanos llegaron hasta él, quien irreconocible ante sus ojos, lloró por el reencuentro, perdonando a sus agresores.
Su historia figura entre los capítulos 30 y 48 del libro de Génesis